Cultura, vivir con propósito

Apuntes aterrizados para construir políticas de cultura

En memoria de Claudio Durán, Miguel Varea, Diego Brito, Patricia Naranjo, Eduardo Hurtado, Fausto Gortaire Marmota, Tadashi Maeda, Enrique Tábara y todos los artistas que se adelantaron en El Camino. 

Por: Ana Rodriguez & Tania Navarrete

“La verdadera fuerza del impulso anticapitalista está expandida muy difusamente en el cuerpo de la sociedad, en la vida cotidiana y muchas veces en la dimensión festiva de esta última, donde lo imaginario ha dado refugio a lo político y donde esta actitud anticapitalista es omnipresente”.

– Bolívar Echeverría

En medio del ruido y el vacío que provocan las elecciones, hemos confluido en las mismas ganas de decir algo esperanzador sobre un tema con el que tenemos una relación ambivalente o -por lo menos- conflictiva: la política. Y aunque de ella, lo que menos nos interese es lo electoral, no quita que podamos lanzar una pequeña reflexión sobre nuestra cultura política relacionada con nuestra pequeña política cultural.

Esta reflexión se organiza a partir de nuestras experiencias particulares, con al menos 3 ingredientes indispensables: la cultura desde lo independiente (haciendo), las experiencias extremas en el sector público (diciendo), el trabajo con comunidades en territorios locales (diciendo-haciendo).  

Estas experiencias no han estado fuera de la lógica amigo-enemigo, que es lo propio de la política que atraviesa los campos del saber y del hacer. En algunos casos ejerciendo puestos públicos, nos ha acompañado de cerca su sombra binaria, ese miedo gris de ser ubicadas (arrojadas) a un extremo de un ring de box, en la lógica polarizada que es la expresión más común de la contienda política. En esa contienda hemos aprendido mucho, a sobrevivir, a entender el Estado, la capacidad de lo público y la fragilidad de sus instituciones, la contradicción y la ambivalencia de los acuerdos políticos, como un supuesto costo fijo de la transformación, o como una extensión de las formas poscoloniales del estado. 

(Es en este contexto que nuestro deseo es posible. Digamos que es el marco de sentido de nuestro deseo, no su condición ni su origen, pero su entorno. No deseamos el objeto del arte y la cultura, deseamos el conjunto en el que ese objeto es posible. Y ahí se reaviva la contradicción, y ahí decidimos que se trata de un deseo productor, y de que nuestras subjetividades -o deseos- no están hechas de la materia fija o binaria del ring de box y sus reglas, sino de la materia cambiante de los cuerpos que sudan, se estropean y se reconstruyen, hasta reinventar el sentido de su movimiento.)

La cultura desde lo independiente (haciendo)

Nosotras creemos que la cultura es como una especie de columna vertebral de nuestra sociedad, porque es una estructura y a la vez una información, una especie de ADN que nos construye, pero a la vez un proceso de constante creación y transformación que nos da identidad y que hace que vivamos de mejor manera. Para el ser humano la cultura es -o debería ser- tan importante como la alimentación. Al mismo tiempo, la Cultura es una herramienta, que como personas nos permite avanzar en el tiempo, entender el pasado, visualizar el futuro y vivir con propósito, para mejor el presente.

Para el filósofo ecuatoriano Bolívar Echeverria, considerado como uno de los teóricos más importantes del siglo XX la cultura es el “cultivo de la identidad”, entendida como el modo en que una comunidad determinada –en lo étnico, lo geográfico y lo histórico– realiza o lleva a cabo el conjunto de las funciones vitales.  Para nosotras, la cultura es lo independiente, no se desarrolla en ningún ministerio, ni institución pública, se desarrolla en el cuerpo, en la piel que habitamos, la cultura está presente en la ropa que nos cubre, está en las casas que habitamos, esta en nuestro entorno más cercano, es parte de nuestra familia, nuestro barrio, ciudad, país y mundo. La cultura es nuestra identidad y está presente en la Tierra que pisamos, en nuestro planeta, con su atmósfera protectora que nos permite vivir y generar un ambiente que nos protege del hostil y frío universo exterior.

Si bien, este último año (2020) la pandemia por COVID19 en el mundo entero, provocó un shock en los seres humanos, que nos creíamos casi inmortales; “todopoderosos dueños de la tierra”, este chirlazo nos despertó, e hizo que, más allá del hueco del capitalismo en el que habíamos cado, aprendamos a valorar otras materialidades, otros valores; la salud física, la salud mental, la familia, los amigos verdaderos, la correcta alimentación, el gran valor de la gente que siembra, cuida, cosecha, transporta y comercializa los alimentos que llegan a nuestra mesa, y el gran valor de lo inmaterial.

Y allí, en medio del confinamiento, los “productos culturales” nos ayudaron grandemente, principalmente a mantener la mente sana y no padecer ningún trastorno o enfermedad mental. Entonces nos refugiamos en el confortable mundo de los libros, del cine, de la música, de los videojuegos, muchas personas empezaron a pintar, tejieron bufandas, bordaron sueños, cocinaron, experimentaron. Mientras la parca se llevaba a miles de personas, mientras los medios de comunicación difundían las noticias de una enfermedad infecciosa causada por el coronavirus descubierta en Wuhan (China) en diciembre de 2019, mientras el virus palabra nos llenaba de angustia, mientras los bancos hacían crecer nuestras deudas -gracias por sus ambiciosos e inhumanos intereses-, en el camino solo nos quedaba una luz; el Arte. 

Más, el despertar de las instituciones culturales en Ecuador en el inicio de la crisis sanitaria fue como siempre lento, negligente, desidioso, la inoperancia en la toma de decisiones, y la forma de tomar las mismas, hizo que nos sentimos huérfanos, esta sensación de vulnerabilidad nos golpeó bajo… Mientras los ministros intentaban llegar más alto, mientras en los ministerios, las subsecreatarías, direcciones culturales y casas los funcionarios de turno “tele trabajaban”; lxs artistas, gestorxs y creadorxs con esa hermosa capacidad de apartarnos cambiábamos nuestras prácticas; empezamos a hacer trueques, aprendimos a hacer pan y a compartirlo con nuestra comunidad, buscamos re equilibrarnos, a través del sentido de pertenencia y reciprocidad, a veces conscientemente y otras intuitivamente, sabíamos que este era un desafío, e intentamos darle a la crisis un significado positivo que nos traía la oportunidad de volver a redefinir el concepto de la vida-  así, aprendimos a vivir en el mundo de la virtualidad y el mundo de lo real. 

Las experiencias extremas en el sector público (diciendo)

Mientras en casi todo el país, el sector cultural público demostraba su ineficiencia, nos preguntabamos ¿Cuándo fue que lxs ecuatorianxs entregamos nuestro poder a un sector público cultural ineficiente? ¿Por qué las personas preparadas y comprometidas con las artes y la cultura -que si las hay- no estaban en ese momento a la cabeza, donde estaba la buena gente para dirigir las acciones de salvaguarda del patrimonio cultural material e inmaterial? ¿Porque todo tenía que estar dañado? ¿Por qué en las instituciones culturales públicas, -cuya misión debería ser el fomento y protección de los agentes culturales-, no hacían nada y cuando hacían todo parecía ilógico y sin sentido? Lo lógico en ese momento era, apoyar a la gente, apoyar a los actores y gestores culturales, implementar acciones de emergencia que apoyen y sostengan al sector, pero no fue así.

Entonces nos preguntamos; ¿qué parte del concepto “emergencia” no entendieron? pues de lo que entendemos una emergencia es un asunto o situación imprevista que requiere una especial atención y debe solucionarse lo antes posible, pero no, este no fue el caso. Para tener una sociedad mejor hay que dar importancia a las prioridades, que para nosotras son la salud, la alimentación, la educación y por supuesto la cultura, pero parece que para los políticos y para el gobierno la cultura no importa, y esa sensación de desamparo, e impotencia, como si se tratara de un mal sueño, hace que intentemos obligar a un despertar colectivo. 

La invitación a meditar sobre ¿Qué va a pasar con el sector cultural ecuatoriano en la nueva década? ¿Qué tan real es el ejercicio de los derechos culturales en nuestras ciudades? ¿Cómo podemos lograr una sostenibilidad para los proyectos culturales en la época post COVID19? ¿qué políticas culturales desde las instituciones locales, nacionales e internacionales se están preparando para afrontar la post pandemia? y claro  sabemos que no nos gusta pensar en cosas negativas, no andamos por allí pensando; para cuando el mundo se destruya dejaremos estas políticas públicas que ayuden a los sobrevivientes, quizás ese sea nuestro problema, nunca pensamos en las posibilidades de crisis, ni en cómo afrontarlas, no hay un plan de contingencia cultural que diga “salida por aquí” y claro mientras sigamos entregando la responsabilidad a burócratas egocéntricos, apáticos, misóginos, imposibilitados y desinteresados, seguiremos desapareciendo poco a poco. 

Más, nosotras creemos que aún hay gente a la que le interesa las cosas, aún hay jóvenes que quieren cambiar el mundo, nuestro mensaje es para ellxs; lo que queremos pedirles es que se involucren en el sector público, que participen en la gestión institucional, que no traicionen sus principios, que -aunque sea pequeño- hagamos cambios positivos, nuestro deseo es que volvamos a reencontrar el camino, leer las tablas de la ley y si es necesario re escribirlas, para apoyarnos mutuamente, para que esta sea solo una triste anécdota que contar en el futuro, donde nos espera el festejo de la vida cultural, los encuentros, los abrazos que son la esencia humana, pero para llegar al futuro ideal, es necesario acelerar los procesos, acelerar los diálogos, acelerar la toma de decisiones, buscar un antídoto contra la indiferencia, con la conciencia de que como dice la ley de la unidad; no existe separación entre personas, animales, objetos, planetas o galaxias, porque que todxs formamos parte de una misma y única unidad o familia.

El trabajo con comunidades en territorios locales (diciendo-haciendo).  

Fue Henry Miller quien en uno de sus libros dijo; “aquel capaz de vivir solo es un Dios o una alimaña”, también dijo “el arte no enseña nada más que el significado de la vida”, desde la escuela aprendimos que somos individuosgregarios, tendemos a vivir agrupados con otros congéneres, formando manadas, cardúmenes, colonias o, en el caso de los seres humanos; grupos sociales.

Cuando pensamos en la comunidad, pensamos en la familia, pero también en esa familia extendida de la que habla la filósofa Donna Haraway, ella nos enseña que  “Ser uno es siempre devenir-con muchos”. Así, el trabajo cultural en comunidad es solo una consecuencia de nuestro quehacer, es el resultado de vivir en esta tierra, en esta instancia histórica y geográfica. Según nuestra experiencia, nuestros acercamientos a lo que llamamos comunidad, suelen darse más por afinidad que por identidad, buscamos lo común, porque nos necesitamos lxs unxs a los otrxs, porque hasta para pelear se necesitan dos. 

Vivimos en un ecosistema cultural, donde todos y todas somos necesarias, para nosotras  no hay nada más placentero que hacer felices a otras personas, nada nos da más satisfacción que apoyar al crecimiento de otros seres, quizás esta necesidad sea instintiva, básica, necesaria, femenina y seguro el capitalismo alien en el que sobrevivimos no entiende esta acción humana, pero alli esta, y a pesar de las circunstancias sigue presente, insistimos; nos necesitamos los unxs a los otrxs, por eso es importante que exista un sector cultural público y un sector cultural ciudadano y autónomo, por eso es importante que haya más acciones que se tomen para protegernos mutuamente. Y aunque esta pandemia nos retenga en casa, nos haya inyectado el miedo, nuestro gran anhelo es volver a vivir la vida cultural en comunidad, bailar, ir a conciertos y festivales, ir al teatro, saludar con un abrazo a la gente que nos encuentra en el camino, sin miedo al otro, sin miedo a lo desconocido. 

Pero a veces, parece que en lo alto de la torre, las “autoridades” los ministros de turno, sus secretarios y funcionarios, los directores de cultura y sus funcionarios se olvidaran de esta comunidad, y se quedan inmóviles esperando y festejando cada depósito de su sueldo, queriendo esconderse, no hacerse notar, no hacer bulla, para que nadie les joda, para que no vengan los artistas a exigir lo que les pertenece. 

Micropolíticas – en medio del todo, no todo está perdido

Las experiencias de gestión independiente de procesos culturales tienen sus ventajas y desventajas, tienen sus momentos de gloria y su constante amenaza de muerte. La cultura como un proyecto de creación o de investigación está en riesgo siempre, porque nunca hay suficiente demanda integral o suficiente comprensión por parte de las instituciones o las autoridades, si no porque la cultura es un concepto, una política y un programa en disputa, siempre. Porque pende de un hilo, de una voluntad que oscila, de una gestión que es casi siempre una sobreviviente. 

La magia de la gestión independiente, es que se hace de puro deseo, de la confluencia de voluntades que buscan producir espacios, transformar la normalidad, por que cada ciudadanx, puede hacer política; involucrándose, estando atentos, participando, reflexionando criticamente. Recordando que la cultura no es un problema, porque la cultura es la solución, que la cultura no está en crisis, que lo que está en crisis es  la administración cultural, la forma de gobernanza… 

Y es que hay que ser magos y magas para sobrevivir en este difícil campo cultural, donde muchas energías negativas nos afectan y en algunos casos atraviesan como el ego, la envidia, la codicia, el egoísmo, la desidia, el quemeimportismo, la politiquería, el dejar todo para un mañana que nunca llega, porque en el sector público siempre hay cosas más urgentes, incendios más grandes que apagar.

Entonces lxs artistas, gestorxs y creativxs hemos aprendido a ser equilibristas, en una baranda alta entre la vida y la muerte no queda más que respirar profundo y seguir caminando la palabra, mientras estemos vivas. Asumiendo los riesgos de la libertad y cuando ya no podemos más, cuando estamos a punto de tirar la toalla; la música suena en nuestro interior y se da nuevamente la magia. Por suerte no estamos solxs, somos miles de seres humanos conectados a esa energía creativa, a nosotras nos gusta visualizarla como una tribu que genera sus propias micropolíticas, las políticas del hacer, del pensar, del sentir, del ver más allá, las micropolíticas del  compartir y del dar. 

((((rezar para compartir))))

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